16 DE MAYO DE 1984: EL MOVIMIENTO ESTUDIANTIL RESISTE AL OLVIDO

 

 

Imagen de jóvenes detenidos el 16 de mayo de 1984, quienes habrían sido obligados a usar capuchas.

Foto: Archivo El Espectador

El 16 de mayo de 1984 es un día que está grabado en la historia del movimiento estudiantil: los hechos de represión estatal vividos al interior de la Universidad Nacional, tras la entrada violenta y organizada por parte de las fuerzas policiales  que dejaron un cifra de estudiantes asesinados y desaparecidos que no ha sido posible esclarecer. A pesar de los múltiples intentos del Estado colombiano por exterminar cualquier rastro de organización y lucha por una sociedad distinta, los estudiantes han construido y reconstruido la memoria viva, una memoria transformadora y beligerante, que junto a los diferentes sectores del movimiento social en Colombia, se resiste a olvidar y a aceptar las narrativas impuestas por las élites que han gestado el genocidio en Colombia. 

En conversaciones con uno de los estudiantes que en el año 84 vivió junto con su familia los horrores de este intento de exterminio, logramos reconstruir un poco de lo que sucedió en ese dia: 

“El contexto en qué se da y que precede al 16 de mayo del 84 tiene que ver con todas las dinámicas que estuvieron asociadas a esa época del gobierno de Belisario Betancur, por una parte la expectativa de paz que se había generado con la posibilidad de negociación con distintos grupos armados y la campaña mediática que se había hecho de la paloma de la paz y de otras cosas, etc. Sin embargo, también es una época de fuerte represión. En estos años 1982 es cuando es asesinado el profesor Alberto Alava, profesor de la Universidad Nacional, y también son desaparecidas 13 personas, entre esos la mayoría estudiantes de la Universidad Nacional, es con sus familias que comienza ASFADDES (Asociación de familiares de detenidos desaparecidos)” 

Para esta época y desde varios años atrás, se venían realizando un sinnúmero de protestas protagonizadas por el movimiento estudiantil. Por ejemplo, en 1976 los estudiantes se movilizaron contra el cierre de las residencias estudiantiles, medida que afectaba principalmente a estudiantes de bajos recursos que se trasladaban desde diversas regiones del país hasta la Universidad Nacional buscando acceso a una educación al servicio del pueblo. Unos meses después aconteció una movilización histórica en el país: el paro cívico de 1977, conocido como “el primer paro cívico de la historia de Colombia” donde múltiples sectores sociales impulsados por el sindicalismo protestaron contra la instauración de medidas económicas neoliberales cuyas consecuencias siguen vigentes 46 años después. 

“…También en 1983 hay mucha agitación y manifestaciones del movimiento estudiantil, hay conflictos en la Universidad Nacional, entradas violentas de la policía, algunas veces dispararon, otras veces entraron incluso hasta la facultad de artes, causando grandes destrozos, hiriendo a varios estudiantes. En ese año también es que se da la recuperación de las residencias universitarias, específicamente el edificio Uriel Gutiérrez conocido como “Gorgona” y los edificios detrás de él que eran las residencias Camilo Torres.” 

Los estudiantes que durante todos estos años fueron el cuerpo y la fuerza de una transformación social potencialmente emancipadora, vivieron el intento de exterminio por parte del Estado desde sus diferentes mecanismos represivos. 

“Al contrario de lo que decía la prensa, eso no era ni un nido de subversión ni un antro de droga etc, si no que era una manifestación de la organización estudiantil. Los pisos, los edificios de Camilo Torres, las salas de Gorgona estaban organizadas por combos, combos con militancias definidas, con formas de organización que permiten regular la vida cotidiana y que se manifestaban a través de asambleas y comités que movilizaban todo el pensamiento y la acción estudiantil en ese momento. Alrededor de las residencias también estaba el movimiento o la organización de cooperación estudiantil que facilitaba esas condiciones alrededor del bienestar estudiantil: la cafetería, las residencias, etc.” 

Ya para el 16 de mayo, en un ambiente completamente convulsionado por la indignación y la rabia colectiva en respuesta al actuar genocida del Estado encarnada en el hecho particular del asesinato del estudiante Jesus León o Chucho, como sus compañeros lo conocían, quien se destacó por presidir la cooperación estudiantil y luchar por condiciones dignas y bienestar estudiantil,  fue asesinado y torturado. La autopsia de Chucho evidencia que su muerte fue violenta y con signos de tortura, sin embargo, la justicia colombiana aun no logra esclarecer este hecho. 

“Es así como en 1984 cuando se da el tropel del 16 de mayo de 1984. Recordemos que ese tropel es precisamente después de que es desaparecido un estudiante de la Universidad Nacional y es encontrado torturado y asesinado. Cuando se da ese tropel, entonces, los que vivíamos en residencias tenemos una mirada directa, porque estábamos allí y pudimos verlo, vivirlo. La tensión y la angustia que se dio con posterioridad y después de confrontar eso que podríamos relacionar con la fiebre del olvido de la que nos habla García Márquez porque incluso al día siguiente del 16 de mayo habían personas que nos decían que eso no había pasado.”

Como es necesario en un Estado que se rige bajo la premisa de extinguir cualquier intento de transformación social para mantener el poder y el orden existente, la memoria colectiva debe también debe ser erradicada. Ese día, en una acción coordinada, agentes de la policía adscritos al F2 y a la naciente “Fuerza Disponible” ingresaron a la Universidad Nacional haciendo uso excesivo de la fuerza, y una vez adentro, asesinaron y desaparecieron estudiantes, profesores y trabajadores. Además, cerca de 81 personas fueron detenidas, brutalmente torturadas e incluso algunas fueron víctimas de violencia sexual. Sin ser esto suficiente, los medios de comunicación fueron cómplices para instaurar un discurso negacionista de la masacre que atestiguó la comunidad universitaria ese día. 

“Con el pasar del tiempo, incluso alguna vez un historiador egresado de la Universidad Nacional nos decía que nada de eso había ocurrido, que eso era un mito urbano de los tirapiedras de la UN. Ese proceso de reconocimiento de la memoria demoró muchos años y eso hace que con el tiempo se haya perdido incluso la posibilidad de dar cuenta efectiva de muchas de las  cosas que desde distintas voces en el momento se narraban y que tienen que ver además de la entrada disparando de la policía, de la desaparición de estudiantes, situación que fue después muy difícil de verificar o hacerle seguimiento porque muchos de los estudiantes que vivían en la residencia, cuando abrieron la universidad un año después y habiéndose quitado ya ese espacio de bienestar que eran las residencias y las cafeterías, los compañeros sobre todo los que venían de provincia, tuvieron que abandonar la universidad y no volvieron, entonces no se sabía si los que faltaban era porque se habían retirado, porque no habían vuelto, o porque formaban parte de eso que muchos decían que eran los estudiantes que habían visto caer y ser recogidos por la policía el 16 de mayo del 84. alrededor de eso hay distintas versiones pero se ha logrado un trabajo de recolección de memoria muy interesante por parte de varios colectivos al interior de la Universidad Nacional”

Estos hechos han sido relatados desde diferentes orillas, quizá la más escuchada es que las organizaciones estudiantiles estaban infiltradas por las guerrillas, que de alguna forma en medio del mal llamado “conflicto armado” esto se justifica, seguro para muchos incluso se lo merecían. Es ahí donde cobra principal relevancia hacer ejercicios de memoria viva, ejercicios de memoria que conecten las décadas de accionar genocida del Estado colombiano y las prácticas sociales que han pretendido acabar con la organización social y popular. La narrativa de estos hechos nos demuestra que el monstruo del conflicto armado ha sido solo la fachada para justificar la infiltración en las universidad, la persecución a sindicalistas, la militarización del campo colombiano, la estigmatización de los luchadores populares, los montajes judiciales que durante las movilizaciones del 2019 y 2021 se volvieron el arma de preferencia para perseguir y al mismo tiempo instaurar terror. 

El movimiento popular en Colombia tiene la responsabilidad de arrebatarle al Estado estos discursos hegemónicos impuestos para construir una memoria verdaderamente beligerante y emancipadora. No podemos olvidar, tenemos la tarea de recordar, contar, conversar y documentar para desenmascarar este Estado genocida y construir como entramado de sueños y luchas una sociedad nueva.

Equipo Jurídico Pueblos

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