Durante mucho tiempo me he preguntado qué es la felicidad, y he llegado a la conclusión de que simplemente no existe. Ustedes me dirán que tal vez esté equivocado, pero haciendo un breve análisis de mi vida me he dado cuenta de que nunca he sido feliz, simplemente he tenido momentos intermitentes de alegría: al compartir con personas agradables, vivir una experiencia placentera, o simplemente degustar una comida. Yo pienso que las personas van por la vida diciendo que son felices pero no, creo que creen que lo son por una especie de error simple: en la infancia les enseñaron que la felicidad es la palabra que usamos cuando nos sentimos bien, eufóricos o contentos, pero se trata simplemente de emociones temporales, que más temprano que tarde desaparecerán, en el momento menos esperado se esfumarán y volveremos a hacernos de nuevo las preguntas: ¿qué ha pasado?, ¿a dónde se ha ido mi felicidad?, ¿por qué ahora me siento triste o aburrido si hace tan solo un momento estaba feliz?

Quizá no está bien decir que la felicidad no existe, digamos que existe entonces, pero es tan intermitente, tan fugaz, tan extraña, que prefi ero pensar que lo único que hacemos es engañarnos a nosotros mismos para no sentir el dolor que nos agobia día tras día, nos mentimos y les mentimos a las demás personas diciéndoles que estamos felices, y sonreímos incluso para que nos crean, pero cuando estamos solos, en nuestras casas o en nuestras celdas (¿cuál es la diferencia?), nos enfrentamos de nuevo a realidad interior, a lo que sentimos y lo que somos: un animal imperfecto que crea un mundo falso para tranquilizarse y engañar a otros animales. La felicidad existe entonces, pero no es más que una herramienta para el engaño.

Quizá la felicidad sea algo más: como la realidad duele tanto y es tan confusa, entonces nos aferramos a una idea como nos aferraríamos a una tabla en el mar, aunque sepamos que duraremos poco, y que vienen olas gigantes y que la tabla no aguantará mucho más. La felicidad no existe, es sólo otro nombre para la esperanza.